Pintor y Oficinista
Mariano Combi
Al ingresar a la muestra una mesa nos detiene. Sobre ella una carpeta mezcla ideas y proyectos. En su interior, de manera entrópica, se encuentran organizadas las imágenes surgidas de diversos territorios. Fotografías viejas y nuevas, propias y ajenas, crean un discurso que se proyecta hacia las cuatro paredes de la Oficina.
Junto a la carpeta se ubican una serie de libros, entre ellos uno de quejas. Asombroso. Otro, que por el paso del tiempo quedó ensamblado, hoja por hoja se cierra sobre sí mismo. Se resiste a la apertura, se vuelve un misterio imposible de develar.
Sobre una de las paredes dos pinturas conversan. Un retrato masculino y un bolígrafo. Los tonos fríos que los forman nos alejan; su tamaño pequeño en relación a la pared que los sostiene, nos acerca.
Sobre la pared, enfrentada a las pinturas, un estante con cuatro libros nos propone un juego de palabras para combinar y re significar.
En una esquina un maletín de madera pintado parece haber quedado olvidado por un agobiado oficinista. Pintor y oficinista
Rocío J. Dalio
SEPTIEMBRE 2016
La administración del tiempo
Mariano Combi
El pintor es el estereotipo del artista. El oficinista, en cambio, es él mismo un estereotipo. Un ejemplar más de su especie. Entonces, un pintor oficinista es una suma de estereotipos. El estereotipo al cuadrado. Pero su condición es conflictiva: ¿cómo hacer convivir esas dos personas en una? ¿Cómo dividir el tiempo entre esas dos ocupaciones? ¿Se puede combinar las dos tareas? Claro que no, lo sabemos. Pero sí se puede intentar hacerlo. Y ese intento encierra una elección de vida. Mezclar todo, porque en definitiva ya está todo mezclado. Mezclar sin dejar de separar: horarios, relaciones sociales. Mezclar temas, materiales. Usar el dinero obtenido en un trabajo para realizar otro, ese que no termina de ser trabajo.
En su tiempo libre, el pintor oficinista apenas pinta ediciones únicas de libros que no existen –tan únicas y exclusivas que ni siquiera se pueden abrir– porque no se atreve a dejar el trabajo de oficina y dedicarse de lleno a lo que realmente le gusta. Oficinista y cobarde. Se pierde en las biografías de artistas muertos, recopila sus imágenes con el mismo fanatismo y devoción con el que las adolescentes recortan y pegan en una carpeta las fotos de sus ídolos de la TV. Sueña con la idea de convertirse algún día en uno de ellos, esos que son tratados por los libros de Historia del Arte como Genios. Pero al mismo tiempo, sabe que posterga constantemente la realización de su sueño. De ahí la distancia con la que trata dichas figuras: las trata más como figuras que como las personas que alguna vez fueron. Simples figurines que representan su papel en un mundo de miniatura, imaginario, anacrónico y supeditado a un formato administrativo: el bibliorato. Y esto lo devuelve al mundo de oficina. Oscila sin cesar entre esos dos universos, tan distintos y tan unidos por su propia existencia contradictoria. Pero no sólo compila material sobre artistas. Cualquier otra imagen que le parezca digna de atención, la guarda, ordena y clasifica según su criterio. Y tal vez sea eso lo que, paradójicamente, le permite huir de la vida de empleado: utilizar los métodos que pone en práctica en su trabajo diario, para reordenar el mundo con sus propias reglas. Trabajar sin motivo alguno, sin un fin claro. Trabajar sin trabajar.
Pintor y oficinista: no pinta porque no tiene tiempo, no trabaja porque no tiene ganas.